Este pequeño espacio, escondido como una gota de rocio en la hoja, es la estación de la no estación. El epicentro universal de un corazón sin nombre y sin dueño. Es lo que los sufies denominaban El Maqât la Maqât y los japoneses denominaban como Satori.

Arrodillado ante el arbol y su hechizo indetenible, transcribo aquellos poemas que son para mi inolvidables.
Cada uno me han hecho sentir multitud de sensaciones plenas e indescriptibles a través de la palabra. La primera vez que he leído estos poemas he sentido el desgarro y el gozo del intercambio libre y no espacial con el universo admirable que el poeta me ha ofrecido honestamente. Un intercambio que me consta que es plenamente evocador y transmisible.
Esa es, por ahora, mi única intención, transmitirtela a ti, lector fugaz, lector desconocido pero ya conocido.

Paul Gauguin. Te reroia

El susurro del viento, suspendido.


Tim Buckley-Song to the siren (Album Starsailor, 1970)



sábado, 25 de julio de 2009

Existencia por Jess Lee Corrigan








Con un placer inmensurable, con la emoción a flor de piel y el sano orgullo, fruto siempre del verdadero afecto y el cariño indetenible, os doy a conocer a un poeta y hermano.
Jess Lee, creador del instante. La profunda cohesión entre vida y arte, arte como la pura (sencilla) expresión de un corazón en pleno movimiento. Así es Jess Lee, mi hermano. Es indefinible. A un ser humano no se le puede encajonar entre una serie de etiquetas. Con Jess Lee, mi hermano, esas etiquetas son muros de cal, de huesos que todavía no se han terminado de fundir en la tierra o que la tierra rechaza harta ya de tanta corrosión. Pero no, esto no es así, esto lo digo yo. Jess Lee infunde esperanza y estos pequeños poemas sólo son una chispa del vasto incendierario que genera Jess Lee Corrigan al ser conocido en persona.
Ahora eso sí, su poesía es como él: sencilla, humilde, sorprendente... sí, sobre todo sorprendente.

Jess Lee Corrigan, mi hermano, es tan impetuoso y rabioso -una rabia siempre canalizada, eso es fundamental- como unas cataratas imponentes; pero así mismo su poesía es tan mansa, tan suave y delicada, como la bella piel de una hembra desnuda surcada por el aire, su única estructura de invisible carne, piel con piel de instante. Inapresable, una ofrenda.
Eso es el arte para Mi hermano, una ofrenda elejida.










EXISTENCIA


No he conseguido el engaño,

no he conseguido,

ni la vida,

ni la muerte,

tengo tu pie apretando mi pecho,

mi corazon esta en tu seno.

Buscando en lo mas profundo de mi ser,

no puedo hallar el lugar donde existes en mi,

Y sin embargo,

ahi estas,

permaneces,

agrietando un campo que no es tuyo.

Pequeña, delicada, violenta, intima existencia,

busco dentro de tus entrañas,

un motivo para vivir.





Poema escrito por Jess Lee Corrigan.

A la muerte de Rubén Darío. Antonio Machado (Campos de castilla)






(A LA MUERTE DE RUBÉN DARIO)




Si era toda en tu verso la armonía del mundo,
¿Dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar?
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares,
corazón asombrado de la música astral,
¿Te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
y con las nuevas rosas triunfante volverás?
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
corazones de todas las Españas, llorad.
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol,
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo,
nadie esta flauta suene, si no es el mimsmo Pan




Transcrito del libro de poemas "Campos de Castilla" concebido por Antonio Machado. Pag. 255. Edición de Catedra, colección letras hispánicas.

El Niño Yuntero por Miguel Hernández (Viento del Pueblo1937)


EL NIÑO YUNTERO




Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a al vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Cantar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se eunge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedazada un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raiz, menos criatura
que esucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de pan y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.






Poema transcrito del libro de poesía "Viento del pueblo (1937)" escrito por Miguel Hernández.
Tomado de la edición: Obra poética completa. Miguel Hernández.ZYX. 5ª reedición. 1979.

viernes, 17 de julio de 2009

Poema 58 del libro "El jardinero" de Rabindranath Tagore


58




Estaba yo un día en el jardín, cuando una niña ciega vino
y me dió una guirnalda de flores en una hoja de loto.
Colgué la guirnalda de mi cuello; y se me saltaban las lágrimas.
Besé a la niña y le dije: "Eres ciega lo mismo que las flores,
y no puedes ver ¡Pobre! La hermosura de tu regalo.

Poema 31 del libro "El jardinero" de Rabindranath Tagore

31



Mi corazón, pájaro del desierto, ha encontrado su cielo en tus ojos,
¡En tus ojos, cuna de la aurora, imperio de las estrellas,
cuya profundidad se lleva mis canciones!
¡Deja sólo que me abisme en ese cielo, en esa solitaria inmensidad!
¡Deja sólo que me entre por tus nubes, que se abran mis alas en tu sol!

jueves, 16 de julio de 2009

Basho An por Octavio Paz



Acontinuación transcribo un poema de octavio paz que evoca la importancia que tenía para él el maestro japones Matsuo Basho, cuyos haikus a pesar de la pérdida en la transcripciones que se han hecho a lo largo del tiempo en otros idiomas, mantiente esa esencia mágica e inapresable. Maravilla de lo momentaneo; de una poesía limpia como el agua de un arroyo. Quizás aquel donde chapoteo la rana.

Me gustaría recomendaros la edición y traducción que llevó a caoo Octavio Paz del maravilloso libro de Basho "Sendas de Oku", traducción en la que colaboraron tanto Paz como eikichi Hayashiya. Fue la primera traducción de una obra del maestro japones en la lengua castellana. A mi juicio la más indicada tanto por la afinada traducción, trabajo invalorable de Paz y Hayashiya, como por el extenso estudio preliminar sobre la figura de Basho y la poesía japonesa.
¿Desearías leerlo? Más lo desearía yo, pues os será una experiencia totalmente inolvidable. Por ello, os dejo este enlace y ahí podreis descargar el libro completo.

Sendas de oku. Matsuo Basho. Edicion de Octavio paz y Eikichi Hayashiya. (Pulsar aquí)









Basho An




El mundo cabe
en diecisiete sílabas:
tú en esta choza.

Troncos y paja:
por rendijas entran
budas e insectos.

Hecho de aire
entre pinos y rocas
brota el poema.

entretejidas
vocales, consonantes:
casa del mundo.

Huesos de siglos
penas ya peñas, montes:
aquí no pesan.

Esto que digo
son apenas tres líneas:
choza de sílabas.






El poema "Basho Ann" está incluido en el libro de poesía de Paz titulado "Arbol adentro"
Editado por Seix y Barral en 1990, coleccion biblioteca breve.

Poema 66 del libro de poesia "el jardinero" de Rabindranath Tagore



-66-


Hecho un espíritu, marañoso el rojo pelo polvoriento, sumida la boca, cerrada la puerta del corazón, los ojos ardiendo, como el farol de la luciérnaga que quiere compañero, el loco buscaba la piedra filosofal.

El mar inmenso bramaba ante él. Las olas incansables hablaban sin parar de sus tesoros ocultos, burlándose de su ignorancia, que no las entendia. Quizás no le quedaba una esperanza, pero no quería descansar, porque su vida era ya sólo busca...

Como el mar tiende, sin descanso, sus brazos al cielo imposible: como van las estrellas, en círculos eternos, buscando la meta ignorada; el loco, sudosos los rojos cabellos, erraba por la playa solitaria buscando la piedra filosofal.

Una vez, un niño del pueblo le dijo: "Oye, ¿Quién te dió esa cadena de oro que llevas a la cintura?" El loco se miró sobresaltado. ¡Su cadena de hierro era de oro! No estaba soñando, no; pero no se acordaba del cambio. Y enfurecido, se golpeaba la frente. ¿Dónde, dónde había encontrado la piedra, sin saberlo? Tenía tal costumbre de cojer piedrecitas, tocar con ellas la cadena, y volverlas a tirar, sin mirar si el hierro se hacia oro, que había encontrado la piedra filosofal y la había vuelto a perder.

Se ponía el sol, bajo, y todo el cielo era de oro. El loco empezó a desandar lo andado, detrás del perdido tesoro, sin fuerzas, doblado el cuerpo, el corazón en el polvo, como un árbol arrancado de raíz.






Extraido del libro "El jardinero" de Rabindranath Tagore. Traducción de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí Aymar. (poema 66) Pag. 106-107. Editorial Losada. Buenos aires. Segunda edición. 1949.

John Keats "oda a la melancolía"

Leonardo Davinci. Cabeza de leda






Oda a la melancolía



I

No vayas, no, no vayas al Leteo, ni extraigas del acónito,
firmemente arraigado, su licor venenoso;
que no bese tu pálida frente la belladona,
fruto color rubí de Proserpina;
no formes un rosario con las baya del tejo
ni permitas que sea escarabajo o fúnebre falena
ni dolorida Psique, ni el búho compañero
en los misterios de tu gran pesar;
si no sombras y sombras vendrán igual que un sueño muy profundo
y ahogarán la despierta angustia de tu alma.


II

Pero cuando la carga melancólica caiga
de pronto de los cielos como llanto de nube,
que alimenta a las flores de abatido semblante
y que oculta el verdor de la colina tras mortajas de abril,
hunde entonces tu pena en una rosa al alba
o en la irisada ola, rota en sal en la arena,
o en el rico esplendor que encierran las redondas peonías;
o si tu amante muestra algún crecido enojo
toma su suave mano, deja que se enfurezca
y en sus incomparables ojos bebe profunda y hondamente.


III

Melancolía hay en lo que es bello-lo que es bello y que muere-,
y en la alegría, que se lleva siempre la mano hasta sus labios
diciendo adiós; y al lado del doloroso gozo,
que se torna veneno al beber de él tu boca, como abeja.
Ay, que en el mismo templo del deleite,
oculto, guarda la melancolía su soberano trono,
no observado por nadie, salvo por quienes con sus fuertes lenguas
deshacen, contra el fino paladar, las uvas del placer;
entonces saborean la tristeza del poder que ella tiene
y pasan a engrosar su galería de sombríos trofeos.

miércoles, 15 de julio de 2009

John Keats "Oda a Psiche"





Oh, diosa, escucha estos inarmónicos versos extraídos
de dulces forcejeos y amadas remembranzas,
y perdona que tenga que cantar tus secretos,
aunque sea a tu oído, suave como una concha;
sin duda hoy he soñado ¿O es que he visto
a Psique con sus alas estando bien despierto?
Yo erraba, sin pensar en nada, por un bosque
y de pronto, creyendo desfallecer de asombro,
vi dos bellas figuras tendidas una al lado de la otra, en la hierba, bajo un techado susurrante de hojas
y temblorosos brotes, y junto a un arroyuelo
que discurría casi sin ser visto.
Entre calladas flores -de raíz fresca y de mirar fragante-
azules, con blancura plateada, con purpúreas corolas,
yacían sosegadas sobre el lecho de hierba,
sus brazos enlazados, enlazadas su alas,
sin tocarse sus labios, pero sin despedirse todavía,
como si con su suave mano las separase sólo el sueño,
prestas a superar sus besos anteriores
al despertar al alba de su naciente amor.
Al joven de las alas pude reconocerlo.
Pero, ¿Quién eras tú, feliz, feliz paloma?
¡Eras tu su fiel Psique!


Oh, criatura última -con mucho la visión que yo más amo-
de todo el devastado linaje del Olimpo;
más bella que la estrella de Febo en su morada de zafiros,
que el Véspero, amorosa luciernaga del cielo,
pese a que no poseas templo alguno
ni altar lleno de ramos,
ni un coro de vestales que entonen un murmullo delicioso
en mitad de la noche;
sin voces, sin laúd, sin flauta, sin incienso
que despida el suspenso, oscilante incensario;
sin santuario, ni bosque, ni oráculo, ni fiebre
de profeta que sueña -palidez en sus labios-.

Oh, la mas luminosa. Es ya muy tarde para antiguos cultos;
muy tarde, muy muy tarde para la amada, la pagana lira,
cuando sagradas eran las ramas hechizadas de los bosques
y eran también sagrados el aire, el agua, el fuego.
No obstante, incluso en estos días tan alejados
de tan bellas creencias, veo claro tu vuelo
-aleteante entre dioses desfallecidos-,
lo veo y lo celebro, según se da en mis inspirados ojos.
Déjame ser, por tanto, el coro que te cante en un murmullo
en mitad de la noche;
ser tu voz, tu laúd, ser tu flauta, el incienso
que surge de oscilantes incensarios;
tu santuario, tu bosque, tu oráculo, la fiebre
del profeta que sueña -palidez en sus labios-.

Seré tu sacerdote y te haré un templo
en una nunca hollada dimensión de mi mente,
e ideas, como ramas, recién nacidas de un dolor gozoso
al viento le hablarán igual que pinos.

Estos oscuros, apiñados árboles, a lo lejos, en círculos,
cubrirán paso a paso escarpadas e indómitas montañas;
allí céfiros, ríos y pájaros y abejas
arrullarán a dríadas tendidas sobre el musgo,
y en esa vasta calma
un rojizo santuario vestiré
de entrelazadas parras que sepa urdir mi mente,
de brotes y corolas y estrellas nunca vistas,
de todo lo que invento con mi imaginación -la jardinera
que siempre planta flores que nunca son las mismas-.
Allí habrá para ti ese suave deleite
que conquista el sombrío pensamiento
y una brillante antorcha y una ventana abierta hacia la noche
que deje entrar al encendido amor.





Poema extraido de la edicion bilingüe "Belleza y verdad" editorial Pre-textos, colección la cruz del sur. Primera edición 1998.

Luis Cernuda. Que ruido tan triste (la realidad y el deseo)







Que ruido tan triste





Que ruido tan triste el que hacer dos cuerpos cuando se aman,
parece como el viento que se mece en otoño mientras las manos llueven,
manos ligeras, manos egoístas, manos obscenas,
cataratas de manos que fueron un día
flores en el jardín de un diminuto bolsillo


Las flores son arena y los niños son hojas,
y su leve ruido es amable al oído
cuando ríen, cuando aman, cuando besan,
cuando besan el fondo
de un hombre joven y cansado
porque antaño soñó mucho día y noche.


Mas los niños no saben,
ni tampoco las manos llueven como dicen;
así el hombre, cansado de estar solo con sus sueños,
invoca los bolsillos que abandonan arena,
arena de las flores,
para que un día decoren su semblante de muerto.




Extraido del libro "La realidad y el deseo" en la parte titulada los placeres prohibidos, 1931.
Edición: La realidad y el deseo. Luis Cernuda. Editorial Castalia 1989. (Muy buen volumen que recoje integramente la primera edición de Realidad y deseo que data del 1936, publicada por Cernuda)

Poema 67 del libro "el jardinero" de Rabindranath Tagore






Aunque llegue, lenta, la noche, apagando las canciones; aunque los otros pájaros se hayan ido a dormir y tú estés cansado; aunque el miedo rumie en la sombra y se cubra el rostro del cielo, ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!

No, no son las sombras del bosque, es el mar que se hincha como un culebrón negro; no es la danza del jazmín en flor, sino el filo de la espuma... ¿Dónde, dónde está la verde orilla con sol? ¿Dónde tu nido? ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!

La noche solitaria está atravesada en tu camino y la aurora duerme tras los montes sombríos. Las estrellas, contenido el aliento, cuentan las horas. La luna débil nada en el cielo profundo. ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!

¡Ni la esperanza ni el temor son tuyos! ¡No hay para ti palabras, ni suspiros, ni gritos, ni hogar, ni nido! ¡Sólo tienes tus dos alas y el cielo sin rutas! ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!





Traducción de Zenobia Camprubí Aymar y Juan Ramón Jiménez
Transcrito del libro "El jardinero" Poema número 67; pag. 108-109.
Edición El jardinero de Rabindranath Tagore. Traducción de Zenobia Camprubí Aymar y Juan Ramón Jiménez. Editorial Losada, 1949. Segunda edición.