Este pequeño espacio, escondido como una gota de rocio en la hoja, es la estación de la no estación. El epicentro universal de un corazón sin nombre y sin dueño. Es lo que los sufies denominaban El Maqât la Maqât y los japoneses denominaban como Satori.

Arrodillado ante el arbol y su hechizo indetenible, transcribo aquellos poemas que son para mi inolvidables.
Cada uno me han hecho sentir multitud de sensaciones plenas e indescriptibles a través de la palabra. La primera vez que he leído estos poemas he sentido el desgarro y el gozo del intercambio libre y no espacial con el universo admirable que el poeta me ha ofrecido honestamente. Un intercambio que me consta que es plenamente evocador y transmisible.
Esa es, por ahora, mi única intención, transmitirtela a ti, lector fugaz, lector desconocido pero ya conocido.

Paul Gauguin. Te reroia

El susurro del viento, suspendido.


Tim Buckley-Song to the siren (Album Starsailor, 1970)



jueves, 16 de julio de 2009

Poema 66 del libro de poesia "el jardinero" de Rabindranath Tagore



-66-


Hecho un espíritu, marañoso el rojo pelo polvoriento, sumida la boca, cerrada la puerta del corazón, los ojos ardiendo, como el farol de la luciérnaga que quiere compañero, el loco buscaba la piedra filosofal.

El mar inmenso bramaba ante él. Las olas incansables hablaban sin parar de sus tesoros ocultos, burlándose de su ignorancia, que no las entendia. Quizás no le quedaba una esperanza, pero no quería descansar, porque su vida era ya sólo busca...

Como el mar tiende, sin descanso, sus brazos al cielo imposible: como van las estrellas, en círculos eternos, buscando la meta ignorada; el loco, sudosos los rojos cabellos, erraba por la playa solitaria buscando la piedra filosofal.

Una vez, un niño del pueblo le dijo: "Oye, ¿Quién te dió esa cadena de oro que llevas a la cintura?" El loco se miró sobresaltado. ¡Su cadena de hierro era de oro! No estaba soñando, no; pero no se acordaba del cambio. Y enfurecido, se golpeaba la frente. ¿Dónde, dónde había encontrado la piedra, sin saberlo? Tenía tal costumbre de cojer piedrecitas, tocar con ellas la cadena, y volverlas a tirar, sin mirar si el hierro se hacia oro, que había encontrado la piedra filosofal y la había vuelto a perder.

Se ponía el sol, bajo, y todo el cielo era de oro. El loco empezó a desandar lo andado, detrás del perdido tesoro, sin fuerzas, doblado el cuerpo, el corazón en el polvo, como un árbol arrancado de raíz.






Extraido del libro "El jardinero" de Rabindranath Tagore. Traducción de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí Aymar. (poema 66) Pag. 106-107. Editorial Losada. Buenos aires. Segunda edición. 1949.

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