Este pequeño espacio, escondido como una gota de rocio en la hoja, es la estación de la no estación. El epicentro universal de un corazón sin nombre y sin dueño. Es lo que los sufies denominaban El Maqât la Maqât y los japoneses denominaban como Satori.

Arrodillado ante el arbol y su hechizo indetenible, transcribo aquellos poemas que son para mi inolvidables.
Cada uno me han hecho sentir multitud de sensaciones plenas e indescriptibles a través de la palabra. La primera vez que he leído estos poemas he sentido el desgarro y el gozo del intercambio libre y no espacial con el universo admirable que el poeta me ha ofrecido honestamente. Un intercambio que me consta que es plenamente evocador y transmisible.
Esa es, por ahora, mi única intención, transmitirtela a ti, lector fugaz, lector desconocido pero ya conocido.

Paul Gauguin. Te reroia

El susurro del viento, suspendido.


Tim Buckley-Song to the siren (Album Starsailor, 1970)



sábado, 25 de julio de 2009

El Niño Yuntero por Miguel Hernández (Viento del Pueblo1937)


EL NIÑO YUNTERO




Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a al vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Cantar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se eunge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedazada un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raiz, menos criatura
que esucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de pan y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.






Poema transcrito del libro de poesía "Viento del pueblo (1937)" escrito por Miguel Hernández.
Tomado de la edición: Obra poética completa. Miguel Hernández.ZYX. 5ª reedición. 1979.

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