Aunque llegue, lenta, la noche, apagando las canciones; aunque los otros pájaros se hayan ido a dormir y tú estés cansado; aunque el miedo rumie en la sombra y se cubra el rostro del cielo, ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!
No, no son las sombras del bosque, es el mar que se hincha como un culebrón negro; no es la danza del jazmín en flor, sino el filo de la espuma... ¿Dónde, dónde está la verde orilla con sol? ¿Dónde tu nido? ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!
La noche solitaria está atravesada en tu camino y la aurora duerme tras los montes sombríos. Las estrellas, contenido el aliento, cuentan las horas. La luna débil nada en el cielo profundo. ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!
¡Ni la esperanza ni el temor son tuyos! ¡No hay para ti palabras, ni suspiros, ni gritos, ni hogar, ni nido! ¡Sólo tienes tus dos alas y el cielo sin rutas! ¡Pájaro mío, óyeme, no cierres las alas!
Traducción de Zenobia Camprubí Aymar y Juan Ramón Jiménez
Transcrito del libro "El jardinero" Poema número 67; pag. 108-109.
Edición El jardinero de Rabindranath Tagore. Traducción de Zenobia Camprubí Aymar y Juan Ramón Jiménez. Editorial Losada, 1949. Segunda edición.
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