Este pequeño espacio, escondido como una gota de rocio en la hoja, es la estación de la no estación. El epicentro universal de un corazón sin nombre y sin dueño. Es lo que los sufies denominaban El Maqât la Maqât y los japoneses denominaban como Satori.

Arrodillado ante el arbol y su hechizo indetenible, transcribo aquellos poemas que son para mi inolvidables.
Cada uno me han hecho sentir multitud de sensaciones plenas e indescriptibles a través de la palabra. La primera vez que he leído estos poemas he sentido el desgarro y el gozo del intercambio libre y no espacial con el universo admirable que el poeta me ha ofrecido honestamente. Un intercambio que me consta que es plenamente evocador y transmisible.
Esa es, por ahora, mi única intención, transmitirtela a ti, lector fugaz, lector desconocido pero ya conocido.

Paul Gauguin. Te reroia

El susurro del viento, suspendido.


Tim Buckley-Song to the siren (Album Starsailor, 1970)



jueves, 16 de julio de 2009

John Keats "oda a la melancolía"

Leonardo Davinci. Cabeza de leda






Oda a la melancolía



I

No vayas, no, no vayas al Leteo, ni extraigas del acónito,
firmemente arraigado, su licor venenoso;
que no bese tu pálida frente la belladona,
fruto color rubí de Proserpina;
no formes un rosario con las baya del tejo
ni permitas que sea escarabajo o fúnebre falena
ni dolorida Psique, ni el búho compañero
en los misterios de tu gran pesar;
si no sombras y sombras vendrán igual que un sueño muy profundo
y ahogarán la despierta angustia de tu alma.


II

Pero cuando la carga melancólica caiga
de pronto de los cielos como llanto de nube,
que alimenta a las flores de abatido semblante
y que oculta el verdor de la colina tras mortajas de abril,
hunde entonces tu pena en una rosa al alba
o en la irisada ola, rota en sal en la arena,
o en el rico esplendor que encierran las redondas peonías;
o si tu amante muestra algún crecido enojo
toma su suave mano, deja que se enfurezca
y en sus incomparables ojos bebe profunda y hondamente.


III

Melancolía hay en lo que es bello-lo que es bello y que muere-,
y en la alegría, que se lleva siempre la mano hasta sus labios
diciendo adiós; y al lado del doloroso gozo,
que se torna veneno al beber de él tu boca, como abeja.
Ay, que en el mismo templo del deleite,
oculto, guarda la melancolía su soberano trono,
no observado por nadie, salvo por quienes con sus fuertes lenguas
deshacen, contra el fino paladar, las uvas del placer;
entonces saborean la tristeza del poder que ella tiene
y pasan a engrosar su galería de sombríos trofeos.

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